El precandidato presidencial, Teodoro Petkoff, no perdió la oportunidad de sacarle provecho político al dolor que embarga a Venezuela tras los abominables asesinatos de los hermanos Faddoul, Miguel Rivas, Jorge Aguirre y Filippo Sindoni, para aderezar su campaña electoral y acusar al presidente Chávez de ser el primer responsable de la violencia delictiva en el país.
"La violencia verbal constante - dice Petkoff - sobre todo y en particular por parte del Presidente, genera condiciones favorables para la confrontación y para el irrespeto a la ley, sobre todo por quienes deben ser sus custodios." (Tal Cual, 10-04-06) Para Petkoff, el origen de la descomposición social y cuerpos policiales que conduce a la violencia radica en el verbo "agresivo, ofensivo y cargado de odio" del presidente Chávez.
Aun cuando el discurso del presidente Chávez puede parecer agresivo a los ojos de Petkoff, jamás se podrá decir que conduce inexorablemente a la violencia. La agresividad es una característica innata de la personalidad humana, mientras que la violencia es un producto anti-cultural que depende de la impunidad para su gestación.
En "El Origen de la Violencia", Mariló Hidalgo (2001) cita al catedrático José Sanmartín, quien establece una clara distinción entre ser agresivo y ser violento. Para Sanmartín, "nuestra agresividad es un rasgo en el sentido biológico del término; es una nota evolutivamente adquirida, mientras que la violencia es una nota específicamente humana que suele traducirse en acciones intencionales que tienden a causar daño a otros seres humanos." Por su parte, el psiquiatra Luis Rojas Marcos (1999) considera que a diferencia de la agresividad, característica innata del hombre, "las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de la vida, se cultivan, se desarrollan durante la infancia y comienzan a dar sus frutos malignos en la adolescencia." Asimismo, Rojas Marcos señala que "los comportamientos agresivos se fomentan a través de mensajes tangibles y simbólicos que sistemáticamente reciben los niños de los adultos, del medio social y de la cultura." Precisamente, Hidalgo sostiene que "la violencia es producto de la evolución cultural, por tanto es suficiente cambiar los aspectos culturales que la motivan para que ésta no se produzca... la violencia nace a partir de la separación del hombre de su entorno natural." La violencia, tal y como lo señala el profesor Sanmartín, "es la resultante de la influencia de la cultura sobre la agresividad natural y sólo factores culturales pueden prevenirla."
La violación al derecho a la vida por parte de los cuerpos de seguridad del Estado durante los últimos diez años tampoco guarda relación alguna con el discurso del presidente Chávez, como lo quiere hacer ver Petkoff. De acuerdo a los informes anuales de Provea, el número de asesinatos presuntamente cometidos por fuerzas policiales y militares entre 1994 y 2005 no ofrece variaciones importantes que haga presumir que el verbo del presidente Chávez promueve la violación al derecho a la vida. Por el contrario, Provea estima que la impunidad de las violaciones a los derechos humanos es el primer factor que origina la violencia.
"La impunidad - dice Provea - lesiona seriamente el tejido social aumentando los niveles de violencia, afectando las relaciones de solidaridad y la capacidad de reacción social ante las violaciones. Se socava la memoria histórica, vulnerándose el derecho a saber. La impunidad facilita la victimización de la sociedad y en particular de los grupos vulnerables... La sociedad disminuye su capacidad para reivindicar sus derechos... Los valores éticos se envilecen, haciendo que la sociedad sea más proclive a ser coautora de actos de corrupción a sabiendas de que quienes los ejecutan no son sancionados. Si la impunidad es socialmente aceptada, las acciones de búsqueda de justicia son fácilmente estigmatizadas... "
Para Provea, la impunidad nace de la visión represiva que asumieron los cuerpos de seguridad del Estado en la Escuela de Las Americas y que aplicaron con total saña sobre la sociedad aun después del fin de la lucha armada de los setenta, ya que "la doctrina y el modus operandi permanecieron vigentes en sectores del aparato represivo del Estado." Es así como se producen las masacres de Cantaura (04-10-82), Yumare (08-05-86), El Amparo (29-10-88), Caracazo (27 y 28-02-89), y más recientemente, la de Vargas por la DISIP de Jesús Urdaneta Hernández, la del 11-A en Puente Llaguno por la PM de Forero y Simonovis, y la desaparición, tortura y ejecuciones de los jóvenes soldados de Plaza Altamira por el entorno de seguridad de los militares golpistas al mando de Felipe "El Cuervo Rodríguez", todos ellos defendidos a capa y espada por los copartidarios del precandidato Petkoff.