Concentrada en mentir, la derecha venezolana se ha vuelto incapaz de diferenciar sus fantasías de lo palpable, separar delirios histéricos de sentimientos espontáneos, deseos de hechos, pasado de futuro. Donde la mayoría ve beneficios, este sector de la población heterogéneamente constituido entre oligarcas y lacayos, entre fabuladores y compradores de fábulas, sólo ve limosnas.
¿Dónde está Saramago para que elogie la ceguera de estos compatriotas? ¿Quién tiene la fórmula mágica para desencantar a estos ratones que bailan al son de la flauta de Hamelín del capitalismo y sus falsas promesas de movilidad social y riqueza para todos? ¿Cómo puede verse una avalancha humana apoyando un proceso y decir que los cientos de miles que allí están fueron pagados o, peor aún, asisten obligados? ¿Cómo puede forzarse una sonrisa, un canto, un baile, el amor, el llanto de quién llora porque hoy ya no es invisible?
Podrán caminar millones de pueblo en pueblo, y de nada servirá: la derecha sólo podrá decir que son la chusma, los pobres, los pedigüeños, los mantenidos, que no son nada. Confunden la defensa de sus “creencias” –libre mercado, competencia, individualismo- con el rechazo a las verdades históricas que marcan a su credo, como a todos los credos.
Están condenados a deambular como zombies en un país que no reconocen, que no conocen, que no comprenden. Seguirán, cuando las trompetas suenen, hablando de fraude, de represión, de dictadura. Sus ojos, vacíos de vida, sus mentes llenas de racismo y odio, de referencias alegres a anheladas invasiones, a genocidios de factura nazi reeditados contra sus hermanos, de muerte y destrucción banalizadas cual si de una película de Hollywood se tratara, como si bastara con salir del cine para no ver los cadáveres multiplicados por la intolerancia.
Sus consignas, vacías, se regocijan en la negación, pero no en el sentido de Spinoza y Engels: en la dialéctica, negar no significa simplemente decir no, o declarar inexistente una cosa, o destruirla de cualquier modo. No sólo tengo que negar, sino que tengo que superar luego la negación. Los opositores no van más allá de decir no a todo, no proponen, nos sugieren, no inventan. Basta con decir no sirve.
El pueblo, entendido como aquellos a quienes el país les duele tanto como para sentir el dolor del otro, y no olvidarlo, se enfrenta a un enemigo poderoso: la nada. De su seno se alimentan el fascismo y la guerra civil, el exterminio y la muerte. Un verdadero colectivo de asesinos en serie, cuya partida de nacimiento es la sociopatía caracterizada por la ceguera social y la carencia de remordimientos. Como la nada, se ocultan en cualquier rincón, incluso en los recodos de nuestras almas, esperando un zarpazo de suerte, un descuido para atacar. La nada no va a descansar, nosotros tampoco podemos hacerlo.
Periodista y docente universitario
@raboscandanga