Se pudiera decir, sin acusar absolutamente a nadie de ignorante, que entre el 80 y el 90% de los creyentes católicos y cristianos no tienen idea de cómo nació el cristianismo, contra quiénes luchó, cuáles fueron sus sueños originarios, por qué se plenó de contradicciones internas en su desarrollo, cuál es su postura actual frente al capital y al trabajo, en qué se fundamenta su visión de mundo y eso se debe, fundamentalmente, a que se niegan a leer o estudiar el marxismo quien, de paso, es la doctrina que mejor ha investigado y expuesto sobre la obra y el pensamiento del Cristianismo. Como también podemos decir que entre el 80 y 90% de los marxistas no hemos estudiado la obra cumbre del marxismo: “El Capital” de Carlos Marx. Reconocerlo así es ir parejo con una gran verdad histórica.
No critiquemos ni cuestionemos, por ahora, la concepción de mundo que tienen los creyentes religiosos. Sólo agreguemos que muchos o pocos pueden mezclarla con la concepción de mundo que tiene la burguesía o con la que tiene el proletariado, entendiendo la primera la de los enciclopeditas y la segunda la de los marxistas. Más de un creyente es inmensamente rico y por ello ama al capitalismo. Más de un marxista cree en Dios y desea la construcción del socialismo, como los de la teología de la liberación. El poder sobrenatural, es decir, la creencia en un Dios que construyó y dirige el mundo es más de teología y hasta de filosofía idealista que de sociología o de política mientras que creer que son los hombres y mujeres quienes hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre albedrío, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado, según Marx y Engels y es así y no de otra forma, es ciencia, es materialismo histórico y también dialéctico.
Sin embargo, muchos cristianos o católicos, políticos o sociólogos creyentes en Dios, conocen, por ejemplo, que el Comunismo Cristiano fue ideado por Johann Kelpius en 1694 (precisamente en Filadelfia y 164 años antes de ser publicado El Manifiesto Comunista) argumentando que la colectividad era la propietaria de los bienes producidos para el consumo debido a que no pertenecían a nadie en particular, los cuales debían distribuirse en base a las necesidades de cada ser humano. Lo que sucede, por ejemplo, es que mientras Tertuliano estaba de acuerdo con esa idea San Agustín y Santo Tomás de Aquino se oponían, aunque los dos últimos –igual que el primero- hablaban en nombre Dios y de la felicidad del ser humano. ¿Cuál puede ser la felicidad para el ser humano que es explotado y oprimido por el dueño de los medios de producción o del capital que ni siquiera éste es capaz de regalar los bienes que le sobran y ya no cumplen con condiciones para llevarlos al mercado?
El marxismo habla de un Comunismo Primitivo como esa fase de desarrollo histórico en que las fuerzas productivas (la tierra y las herramientas rudimentarias), aunque tenían un nivel muy bajo o arcaico, se consideraban de propiedad colectiva y la distribución era igualitaria de los bienes. Todo río que se tuerce o se desvía, tarde o temprano en otras condiciones, busca su cauce natural. El mundo humano se inició sin clases, sin Estado, sin explotación ni opresión del hombre por el hombre y en algún momento de su desarrollo volverá a esas características dentro de una cultura y un arte universales.
Quienes descalifican, deforman, degeneran, desacreditan, es decir, mienten rechazando, juzgando y condenando el Comunismo no son verdaderos católicos o cristianos que quieran al prójimo como a sí mismos, no comparten el ejercicio de la solidaridad ni desean el bien común sino que siempre sea una elite la que gobierne y se enriquezca a costilla del trabajo de las mayorías. Decir que el Comunismo es una expresión mortífera de la irracionalidad militante, es una falacia, es una mentira descarada porque si Jesucristo pensó, luchó y murió por la liberación del pobre y expulsó a los ricos del templo y dijo aquella famosa frase de que primero entra un kamelo por el ojo de una aguja que un rico al reino de los cielos, entonces, no pueden ser cristianos o católicos lo que se ponen de lado de los ricos, de los explotadores y opresores para que la inmensa mayoría de los seres humanos viva en la pobreza padeciendo de dolores que sólo serán terminables cuando triunfe realmente el Comunismo. Decir que el Comunismo está conformado por una turba de resentidos sociales es darle patadas traseras a la Historia del género humano, es negar la existencia de la lucha de clases y, por consiguiente, la política como ciencia de la misma.
Lo más insólito es que quienes juzgan y condenan el Comunismo como un régimen de expresión mortífera de la irracionalidad militante conformada por una turba de resentidos sociales jamás explican al pueblo cuáles son las reales ventajas y bondades del capitalismo para solucionar los graves problemas económicosociales que padece la inmensa mayoría de la población del planeta; nunca explican su posición frente a los elevados niveles de la explotación y opresión de esos sistemas que sirven incondicionalmente a los postulados del capitalismo salvaje; jamás se les ha escuchado condenar al Papa Juan Pablo II por haber catalogado al capitalismo como un régimen salvaje.
No es difícil suponer que en las tertulias donde sólo se habla o se opina de anticomunismo nunca se recuerden a los papas, por ejemplo, León XIII y Juan XXIII. No es agradable para los anticomunistas estar reconociendo que León XIII acercó la Iglesia a las realidades del mundo; que su encíclica Rerum novarum (Acerca de las nuevas cosas), condenó la opresión y esclavitud a que eran sometidos los muchos pobres por los pocos ricos. A los empresarios capitalistas mucho les desagrada que alguien les recuerde que el Papa León XIII luchó para que se pagaran salarios justos a los obreros. No importa que ese Papa haya sido enemigo del socialismo. A los que condenan el Comunismo por ser una expresión mortífera de la irracionalidad militante conformada por una turba de resentidos sociales no les agrada recordar al Papa Juan XXIII, porque éste le puso fin (durante su mandato) al lujo en que vivían los obispos y cardenales, dignificó las condiciones de los trabajadores del Vaticano reconociéndoles sus derechos laborales y humanos. Y para más arrechera de los anticomunistas el Papa Juan XXIII no sólo admiró la Revolución Cubana sino que fue el primero en nombrar cardenales a indios y africanos. Vaya golpe mortífero contra la irracionalidad del racismo, que sí está integrado por turba de resentidos sociales.
Existe también otra manifestación de oposición al Comunismo que lanza pétalos para un lado y plomo limpio para el otro. De esa manera, por ejemplo, consideran que Stalin desapareciendo a los bolcheviques impuso un régimen de terror como Comunismo Soviético, pero nada nos dicen sobre cuál era el verdadero concepto bolchevique (bajo la égida de Lenin) sobre las virtudes del Socialismo, las políticas económicas aplicadas por el Gobierno de los Comisarios del Pueblo que realmente significaban un gran beneficio para las clases y sectores explotados y oprimidos por el capital y que jamás podrán ser aplicadas por el capitalismo salvaje.
Quienes le hacen guerra mediática al Comunismo acusándolo de expresión mortífera de la irracionalidad militante integrado por una turba de resentidos sociales, por mucha riqueza que acumulen y sean muchos los privilegios que disfruten en el capitalismo, terminan enquistados en ese viejo, caduco y resentido concepto de que la Historia es estática, carece de movimiento y de cambios justo a partir del capitalismo. Se olvidan, tal vez exprofeso, que la Historia es como un ferrocarril que jamás se paralizará todo el tiempo en un solo punto (en el cual unos se bajan y otros se montan) mientras exista el género humano.
Sería por demás interesante saber cuáles serán los criterios, de los que juzgan y condenan el Comunismo como una expresión mortífera de la irracionalidad militante integrado por una turba de resentidos sociales, sobre sacerdotes como San Juan Crisóstomo (el mejor orador que ha tenido la Iglesia en favor de los pobres), Camilo Torres Restrepo y Manuel Pérez Martínez, entre otros, que entregaron sus vidas en lucha por conquistar la redención de los explotados y oprimidos por el gran capital.