No existe pleno conocimiento en grandes sectores de la población española de las atrocidades cometidas por el golpe militar del 1936 y la dictadura que estableció. Sólo los vencidos y sus descendientes conocieron en carne propia los fusilamientos, los encarcelamientos, las torturas, el exilio y sobre todo, la constante humillación con la que el régimen establecido por el golpe militar de 1936 intentó la destrucción psicológica del bando vencido, presentándolo como un bando antiespañol, criminal y asesino, perteneciente a una raza y/o cultura inferior (ver mi artículo El racismo del nacional-catolicismo, Público, 14.01.10). Y lo que es incluso más doloroso es que los vencidos no podían defenderse ni siquiera frente a sus hijos, pues hablar con ellos y transmitirles este conocimiento era ponerlos en peligro. Los vencidos y sus descendientes sufrieron una humillación y un terror constante que nunca experimentaron los hijos de los vencedores. Y la expresión más clara de ello es lo que ha ocurrido con las más de 150.000 personas asesinadas (cuyos cuerpos han desaparecido) y sus familiares. Hasta hace poco estaban prácticamente olvidados y abandonados, treinta y dos años después de haber terminado la dictadura.
Tales horribles
experiencias no las conocen los descendientes de los vencedores. A esto
me referí cuando, en un artículo reciente, critiqué a Javier Pradera,
columnista de El Pais, por su animosidad hacia el intento del
Juez Baltasar Garzón de llevar a los tribunales a los asesinos
implicados en aquel régimen (animosidad expresada con gran cantidad de
insultos hacia los que criticaban tal enjuiciamiento) (ver mi artículo Javier
Pradera,
la amnistía y la transición, El Plural, 17.05.10). Definí a
Javier Pradera como “hijo de vencedores”, lo cual, no significaba (como
se malinterpretó en algunas notas que recibí) que cuestionara su
compromiso democrático (expresado en su pertenencia durante su juventud a
la resistencia hacia la dictadura), sino que señalaba la falta de
conocimiento que Pradera tuvo de lo que fue aquella dictadura,
experiencia sentida sólo por los vencidos y sus descendientes, entre los
cuales Pradera no se encontraba. Los descendientes de los vencidos
tenemos un conocimiento y una memoria muy distinta a la de los
vencedores. Y queremos que se conozca y que se denuncie lo ocurrido,
pues es nuestro deseo que el régimen democrático actual sea continuador y
heredero de aquel que España tuvo y por el cual lucharon nuestros
padres, ya que estamos orgullosos de lo que nuestros padres hicieron y
exigimos al Estado español que lo reconozca y los honre, lo cual no se
ha estado haciendo. Es más, creemos que el Estado democrático español no
debe considerarse una síntesis de dos sensibilidades, una heredera de
la dictadura y la otra mitad heredera de la República. Este sentido de
la equidistancia moral y política de lo que erróneamente se llaman los
dos bandos (postura promovida por los vencedores y por sus
descendientes), no puede ser aceptada en un estado democrático. Éste,
para sostener y reproducir una cultura democrática, necesita condenar la
dictadura y reconocer el carácter democrático de la República. El
franquismo no puede tener ningún reconocimiento en España como propone
otro vencedor, Gregorio Marañon, en su artículo en El País “La
insobornable verdad” (28.06.10). Sería impensable que en Alemania,
que padeció un régimen nazi (semejante al régimen fascista español), un
periódico publicara un artículo que defendiera el reconocimiento moral y
político de aquellos que impusieron el nazismo.
En realidad,
esta resistencia a conocer el pasado, está en parte explicada, no sólo
por el enorme dominio que las derechas tuvieron en el proceso de
transición de la dictadura a la democracia, sino también por la
resistencia de los hijos de los vencedores a que se conozca lo que
hicieron sus antecesores, bien por activa o por pasiva, colaborando con
el odiado régimen. El miedo a molestar a los descendientes de los
vencedores y la excesiva timidez en recuperar y, con ello, corregir la
memoria histórica, es indigno del enorme sacrificio de aquellos que
lucharon por la democracia y sufrieron por ello. Es vergonzoso, por
ejemplo, que la sede del gobierno socialista español, La Moncloa, defina
en su web al dictador Franco sólo como político y militar sin nunca
citar su componente golpista y dictatorial.
Las
consecuencias de una transición inmodélica
La transición,
claramente inmodélica -pues dio lugar a una democracia muy incompleta,
con gran dominio de las fuerzas conservadoras en los aparatos del
estado- dio pie a un abanico electoral claramente sesgado a la derecha.
Los partidos homologables a la derecha española en la Unión Europea, no
son los partidos de derecha sino los de ultraderecha. Ejemplos de ello
hay muchos. Uno de los más recientes es la respuesta de las derechas al
caso del Juez Baltasar Garzón (llevado al Tribunal Supremo por el
partido fascista) por su intento de enjuiciamiento al fascismo. El
público español debe saber que la gran mayoría de medios informativos de
derechas en Europa condenaron aquel enjuiciamiento. No así en España.
Tanto las derechas españolas (los dirigentes del PP) como las catalanas,
Artur Mas, dirigente de CiU y Juan José López Burniol (autor muy
promocionado por la televisión pública catalana, TV3) se opusieron a
ello. En realidad este último ha escrito varios artículos en El
Periódico y, más recientemente, en La Vanguardia (“Razón
moral y razón política”, 19.06.10), en el que sostiene que lo que él
denomina ambos bandos tenían igual derecho moral y político, defendiendo
así a los golpistas de 1936, con el argumento de que eran buenas
personas y creían que luchaban por España. Tal argumento, con su
relativismo moral, justifica toda serie de atrocidades pues raramente el
que las realiza tiene conciencia que haga algo mal. Incluso Hitler y
Franco, dos de los asesinos mayores que ha tenido Europa, creían que
salvaban su país. Bajo este criterio, que a una persona se la juzgue
viene determinado por sus propias intenciones o valores,
independientemente del contexto donde se realizan sus acciones.
Esta
equidistancia aparece también en Joaquín Leguina en un artículo en el
que, partiendo de que muchos fascistas eran buenas personas y muchos
republicanos eran asesinos, concluye que los dos bandos eran
responsables o, como dijo Pérez-Reverte, todos “somos hijos de puta”,
insulto gratuito a todos los que lucharon por la democracia,
justificando tal insulto por la existencia de comportamientos
censurables también en el lado republicano, ignorando que, mientras la
represión era política de estado en la dictadura, no lo fue en el lado
de la República. Según el criterio de equidistancia, sostenido por tales
autores (todos ellos descendientes de vencedores) tampoco hubo ni
buenos ni malos en la II Guerra Mundial, pues los aliados bombardearon
Dresden destruyendo toda una ciudad alemana. Este relativismo lleva a
una parálisis moral y política.
No pueden evaluarse las
atrocidades, sin embargo, sin ver el contexto en el que ocurren. De ahí
que no todos los muertos sean iguales. Los curas y monjas asesinados,
por ejemplo, eran parte de una institución beligerante en la Guerra,
pues la Iglesia clamaba por un golpe militar antes de que éste tuviese
lugar y la población era conocedora de tal provocación. Es comprensible,
pues, que las clases populares odiaran a la Iglesia (hecho que la
Iglesia, en su arrogancia, nunca se ha preguntado el porqué la odiaban).
Decir esto no es justificar la expresión de tal odio, sino entenderlo.
El hecho de que los curas y las monjas fueran buenas personas (es decir
que seguían las pautas del comportamiento convencional) no las convirtió
en inocentes. En realidad, en mi juventud conocí a muchos fascistas que
eran también muy buenas personas, iban a misa, amaban a sus familias,
ayudaban a sus vecinos pero que cuando veían sus intereses en peligro,
colaboraban con la policía, que asesinaba, torturaba y exiliaba a
aquellos que amenazaban sus intereses, lo cual ocurría con pleno
conocimiento y aprobación de los fascistas buenas personas. En realidad,
la perfecta novela o película antifascista todavía no se ha hecho. Tal
novela tendría que explicar la vida de esta buena gente de la que habla
Burniol, que cuando veían sus intereses en peligro apoyaron las
crueldades más duras que los seres humanos han visto ocurrir en España.
La
mal llamada reconciliación
Una última nota. No es cierto
que la transición se basara en una reconciliación. El hecho de que el
joven republicano no apretase el gatillo que hubiera matado a Sánchez
Mazas, en la novela de Javier Cercas, ha sido interpretado por muchos
autores (como Santos Juliá) como el inicio de la reconciliación. No sé
cuál es el intento de su autor, Javier Cercas (también hijo de
vencedores). Pero me parece absurda tal observación. Aquel joven
republicano tendría que haber apretado el gatillo, pues era una guerra
contra el fascismo (el cual mató a miles y miles de demócratas) y
Sánchez Mazas fue su ideólogo. Millones de hijos de vencidos no se han
reconciliado con los vencedores. ¿Cómo puede la hija de un alcalde
republicano asesinado por la Falange, cuyo cuerpo está enterrado en un
lugar todavía desconocido, reconciliarse con el miembro del Tribunal
Supremo que todavía defiende el golpe militar, o con el Sr. Burniol que
indica que los golpistas merecen tanto respeto como su padre, el
republicano enterrado?
El aceptar que el conflicto civil se
lleve a cabo no mediante el conflicto armado, sino a través de unas
reglas (sesgadas en el caso español para favorecer a las derechas), como
ocurrió en la transición, no quiere decir que hubiera reconciliación,
por mucho que líderes de izquierda lo afirmaran durante la transición.
Creerse esto es como creerse que la petición de Amnistía por parte de la
población movilizada contra la dictadura incluía la petición de perdón a
los asesinos, como algunos, incluyendo a Burniol, asumen. Si a una
persona le roban su casa sin nunca recuperarla, no se le puede pedir que
se reconcilie con el ladrón que continúa viviendo en su propiedad. Esto
es lo que ha ocurrido en España. Ponga vencedor en lugar de ladrón y
esto es lo que ha estado ocurriendo- los vencedores robaron la memoria
histórica, haciendo de la suya, la historia de España. Y ahora se oponen
a que se recupere la memoria de los vencidos que fueron los únicos que
defendieron la democracia.
En la transición no hubo
reconciliación. Hubo un acuerdo de no resolver el conflicto, que
continúa existiendo, por vía de las armas. Se decidió hacerlo por reglas
que intentaron ser democráticas, en un estado en que las derechas
continuaron enraizadas en el aparato del Estado y en el que la
competitividad política está sesgada para discriminar a las izquierdas, y
ello como consecuencia de la debilidad de las fuerzas democráticas en
aquel momento de la Transición. Ni que decir tiene que es más que
probable que, considerando la correlación de fuerzas dentro del Estado
en aquel periodo 1975-1978, no había otra alternativa. No es pues mi
propósito denunciar aquel proceso. Lo que sí creo, sin embargo, es que
fue un gran error de las izquierdas definir aquel proceso como modélico,
pues el término implica que la democracia que determinó fuera también
modélica o que los instrumentos y reglas que la Transición produjo
permitan alcanzar tal democracia modélica, lo cual es fácil de mostrar
que no es cierto. Es comprensible que las derechas lo definan como
modélica. Pero las izquierdas no pueden ni deben considerarla como
modélica pues ello implicaría renunciar a conseguir la democracia
homologable a la existente en la mayoría de la Unión Europea, que el
pueblo español se merece, sin frenos y cortapisas. Y ahí soy optimista.
En la medida que el tiempo pasa, las nuevas generaciones no aceptarán
este desequilibrio existente en el Estado español. Y las derechas son
conscientes de ello. De ahí la enorme resistencia de los vencedores a
impedir que se conozca la realidad de lo que pasó en España.