Avengers, Coronavirus y cambio climático

  1. El cambio climático

En el año 2015 los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobaron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que contienen las diecisiete metas comunes que orientan las políticas públicas de los Estados nacionales para el periodo 2015-2030. El ODS 13 se denomina "Acción por el Clima" y expresa la preocupación por el cambio climático a escala global.

El cambio climático, no es otra cosa que la evidente variación del clima en todo el planeta, originado por causas naturales y por la acción de la sociedad capitalista. Su efecto se evidencia en cada una de las medidas establecidas para monitorear el clima, especialmente en la temperatura, las precipitaciones, la nubosidad y se expresa en desertificación de los suelos, elevación del nivel del mar, ampliación de los rangos territoriales de fenómenos como los huracanes, disminución sensible del agua potable, entre otros muchos aspectos. Todos estos elementos profundizan la pobreza y la exclusión para quienes tienen precarios salarios o carecen de ellos. El mundo del trabajo es el más afectado por el cambio climático.

El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) estima que al 2017 se ha producido un calentamiento global mundial de por lo menos 1 ºC y un aumento de 20cm en el nivel del mar. Para disminuir esta situación plantean varias alternativas, especialmente que para "limitar el calentamiento a 1,5°C, las emisiones mundiales de CO2 deben disminuir en un 45% entre 2010 y 2030, y alcanzar el cero alrededor de 2050" (PNUD, 2015).

Como en toda dinámica de causa y efecto lo importante es determinar el origen del problema, lo causal del fenómeno, para poder eliminar las complicaciones que de ello derivan. Sin embargo, el discurso de los organismos multilaterales y de la propia ONU va desplazando la responsabilidad de este fenómeno, del modelo de producción capitalista a la gente. Pareciera que el problema es el consumo que hacen los ciudadanos educados para ello por el sistema, y no su expansión incontrolable promovida por el propio sistema capitalista. En las últimas décadas hemos visto el crecimiento astronómico del consumo en la clase media, asalariados y burguesía, fundamentalmente el consumo irracional, superfluo e innecesario, en contraste con la incapacidad de millones de seres humanos de acceder a lo básico; pero ello es promovido y auspiciado por el complejo industrial cultural y su maquinaria de publicidad, así como por las instituciones que construyen cultura e imaginarios, entre ellas las escuelas y universidades. Al consumo se le atribuye una importante cuota de responsabilidad en el cambio climático y, como al final quienes consumimos somos la gente, la parte más delgada de la cuerda, la direccionalidad narrativa de la "culpa" final pareciera recaer de sutilmente a un porrazo sobre ellos, los consumidores, no sobre el sistema.

  1. Método científico, tecnología y modernidad

Desde los márgenes del sistema hacia el propio epicentro del discurso de la dominación se ha construido un discurso que culpa a la tecnología, el pensamiento científico y la modernidad del actual cambio climático. Es como si el enfoque de la ciencia y la tecnología del modo de producción capitalista no desarrollara una relación irracional y destructiva entre la naturaleza y el hombre, sino que fuera el método científico quien contaminara a la libre empresa y el mercado. Esta narrativa termina colocando la culpabilidad en la gente, en quienes usan "el método científico" o en la ciencia y, no en el sistema capitalista y su perspectiva de uso de la ciencia.

La especie humana es tecnológica y ha logrado sobrevivir gracias al desarrollo y apropiación colectiva de las tecnologías. La aceleración de la innovación tecnológica humana se inicia con el descubrimiento del fuego y es la que nos ha permitido sobrevivir. Entonces no es cierto que la tecnología sea el problema en sí mismo. El problema es que el capitalismo ha desarrollado un modo de producción que coloca a la tecnología y a la aceleración de la innovación científico-tecnológica, sin ética ecológica y humanista, como los vértices centrales de su dinamización y para el sostenimiento de la plusvalía. El problema es el sistema.

La aceleración de la innovación nos plantea el desafío de discriminar cuál de esas producciones tecnológicas y científicas resultan útiles usarlas para disminuir la desigualdad, la injusticia, la opresión y como lo pensó Marx para construir una sociedad de comunes, de iguales. No solo es tonto sino ilógico desconocer que el crecimiento y expansión de la tecnología, ha generado posibilidades de su uso en todos los terrenos de la vida social y la cotidianidad humana para el desarrollo de una sociedad más humana; el problema es que los pobres, los explotados no hemos accedido al poder para plantearnos otro enfoque de la ciencia y la tecnología. En ese caso, estaríamos hablando de una tecnología al servicio de proyectos de construcción de otro mundo posible, de reencuentro del hombre con las otras formas de vida, con la naturaleza. El proyecto de una sociedad políticamente ecológica solo es posible en el socialismo libertario, ecológico y radicalmente democrático.

Y ahí surge otra tensión, entre quienes añoran volver a vivir en sociedades rurales y su tecnología, respecto a quienes consideran que la tecnología de última generación puede ayudarnos a construir un mundo de justicia e igualdad, un proyecto socialista de estos tiempos. Mi perspectiva se inscribe más en la segunda de las opciones, pero aquí me interesa destacar que es falso que la tecnología en general y la aceleración de la innovación no pueden usarse para la construcción de un nuevo modelo civilizatorio.

El desarrollo científico nos ha permitido conocer las causas del problema del cambio climático y a partir de las investigaciones científicas determinar alternativas. Muchas de estas tecnologías y alternativas son consideradas hostiles por los señores del capital que ven afectados procesos de su modo de producción, plusvalía, acumulación de ganancias y diferenciación de clases sociales. Eso muestra un camino, el de la ciencia, la tecnología y la aceleración de la innovación al servicio de las mayorías y en armonía con el planeta.

El otro tema está vinculado a la casi ya unánime condena en el medio académico "progresista" latinoamericano al método científico, como si la producción de conocimiento asociado a esta perspectiva fuera el culpable del actual desastre ecológico. Lo paradójico es que esto se suele hacer en investigaciones o tesis doctorales formuladas y aprobadas conforme a las formas de comunicación del propio método científico.

Considero que aquí existe una cara que muchos ocultan o prefieren no abordar. La epistemología de las primeras generaciones del método científico, ciertamente fueron incapaces de romper con la matriz teológica y antropocéntrica del ser humano. Incluso narrativas que se encuentran en el campo del ateísmo sostienen elementos de esta matriz teológica. El propio Marxismo en sus orígenes fue ampliamente impactado, como hecho histórico, por esta matriz teológica como lo evidencian elementos de pre determinismos como la sociedad comunista, que pareciera tener mucho punto de contacto con las definiciones de paraíso o tierra prometida provenientes de narraciones religiosas.

El problema fue el residual creacionista que sobrevivió en la epistemología de las ciencias en su origen, que colocaba a hombre en el centro de la creación del universo y, por ende, con una racionalidad de uso de todo lo que está en la tierra para su uso y disfrute. Las ciencias y el método científico son usados por seres humanos que somos prisioneros de una forma de ver el mundo, de entender nuestro papel en él, y en consecuencia orientamos, moldeamos según nuestros paradigmas al método científico, despojándolo de su objetividad ecológica.

El método científico hoy en día ha permitido conocer en profundidad nuestros orígenes evolutivos, la realidad y la unidad de todas las formas de vida, lo cual se suele ocultar por la industria cultural del sistema, a quien le favorece la visión antropocéntrica. Algo de lo cual no escapó el llamado socialismo real, justificando en la disminución de las desigualdades su aproximación depredadora de la naturaleza, de la vida en su conjunto.

El método científico sigue siendo una herramienta central para apropiarnos del conocimiento necesario para una transformación radical de la sociedad, para democratizar los saberes y construir otro mundo posible.

Finalmente, es en esta influencia y derivada teológica que recae buena parte de la crítica a la modernidad, como si un momento de la historia de la humanidad fuera el causante de todas las desigualdades y desastres causados por el capitalismo, por el modo de producción capitalista. La crítica a la modernidad tiene un fuerte componente de crítica a los meta relatos, especialmente al socialismo como alternativa civilizatoria, fundamentada solo en la experiencia soviética, uno de los socialismos posibles, desconociendo que hay otros socialismos, otras miradas socialistas que incluso han sido críticas desde sus orígenes con la deriva antropocéntrica y autoritaria del estalinismo soviético.

La modernidad es un cuadro mucho más complejo de un momento histórico, en el cual surge la más brutal de las opresiones humanas, el capitalismo. Es el surgimiento de las burguesías y del modo de producción capitalista lo que ha generado todo este caos del cambio climático, algo que ya advertía Rosa Luxemburgo a comienzos del siglo XX, o socialismo o barbarie, incluida la barbarie ecológica.

Las críticas al desarrollo tecnológico en sí mismo, al método científico y a la modernidad, por muy ciertas que sean muchas de sus reflexiones, en la mayoría de los casos terminan ocultando la carga de responsabilidades del capital y las burguesías, colocando en la gente y la "conciencia" en abstracto la responsabilidad del cambio climático.

Esta lógica de colocar en la gente la responsabilidad y culpar a la tecnología y el conocimiento científico está siendo trabajado y abonado por el complejo industrial cultural capitalista (CICC) para despolitizar a los ciudadanos y desorientar las luchas. Este trabajo lo vienen haciendo el CICC desde su génesis, pero durante las últimas tres décadas con renovadas formas y producciones derivadas de la tercera revolución industrial, con un segmento muy nítido dirigido a las poblaciones infantiles y juveniles.

  1. Thanos y los Avengers

El problema es que buena parte de nuestra izquierda antiimperialista conoce muy poco de lo que ocurre al interior de los Estados Unidos y, por otra parte, desestima el estudio de las producciones de vanguardia de la industria cultural como si fueran elaboraciones de "baja cultura", simple diversión sin mayor importancia en el mundo de la política o la ideología. Por ello, a pesar que se habla de la hegemonía capitalista en el siglo XXI, existen contados estudios sobre las producciones de cine, televisión, comics, video clips, música, etc., con perspectivas de izquierda que muestren a estas producciones como golosinas ideológicas del capitalismo cognitivo del siglo XXI.

Tomaremos el ejemplo un par de producciones recientes del cine, taquilleras y vistas por millones de ciudadanos, para mostrar como la industria cultural construye ideología capitalista que coloca en los ciudadanos, los explotados, los que carecen de medios de producción, la responsabilidad de desastres globales como el cambio climático.

En Avengers Infinity War (2018) y Avengers: Endgame (2019) los superhéroes Star-Lord, Rocket Raccoon, Gamora, Drax, Groot, Black Panther, Mantis, Winter Soldier, Spider-Man, Doctor Strange, Wong, Nebula, Ant-Man, Wasp y Capitana Marvel, combaten contra el villano representado por Thanos, quien busca por el universo las seis "gemas del infinito" para colocarlas en su guante y tener la "energía de la vida" que le permita restituir el orden y el equilibrio ambiental en el planeta tierra. Hasta ahí pareciera que el orden de los factores está alterado y el "villano" pudiera convertirse en héroe. El problema es que la solución de Thanos al problema ambiental, se fundamenta en el impacto positivo que tendría la eliminación de la mitad de la población, para reducir, entre otros, la reducción del uso de los combustibles fósiles y los otros productos que contribuyen a las emisiones de CO2 y su efecto en la producción de los llamados gases invernadero. La solución maltusiana de Thanos no es la de combatir al capitalismo ni al modo de producción, sino la de colocar la responsabilidad en la gente y la solución en la reducción de su número.

Cuando Thanos consigue juntar las seis gemas y las coloca en su "puño de poderes", produce el "chasquido" de los dedos que hace evaporar a la mitad de la población mundial. El mismo villano, en una muestra de "crítica militante al estilo de vida tecnológica de los humanos" a los cuales culpa del desastre ambiental, se refugia en una cueva, al estilo de la época de la invención del fuego, donde es conseguido por los héroes de Marvel y destruido. Al morir Thanos y "volver a la vida" la mitad de la población desaparecida surgen los aplausos, pero queda sembrada la idea de una solución radical para eliminar el problema del cambio climático, que no es la desaparición del capitalismo sino la reducción del número de personas que habitamos el planeta; es decir, la culpa recae en las personas no en el sistema.

Esta saga de películas fueron vistas por millones de niños, jóvenes y adultos sin que su meta discurso generara un debate en las universidades, sindicatos ni locales de izquierda, mucho menos conozco una tesis de grado que abordara sus implicaciones en la construcción de imaginario social; pero la semilla ideológica que termina culpando a los trabajadores y asalariados del cambio climático se siembra en millones de seres humanos sin que se construya contra hegemonía al respecto.

  1. Coronavirus

En este contexto surge la actual pandemia mundial. Desde que apareció el Coronavirus muchos medios de comunicación llenaron el vacío del desconocimiento inicial sobre los orígenes de la pandemia asociándolo al cambio climático, culpando a los seres humanos que habíamos hecho enfurecer a la naturaleza.

Se pretendió hacer ver al virus como una respuesta de la naturaleza contra la gente que consume y contamina. Ni un milímetro de crítica a la ideología capitalista, al modo de producción y consumo capitalista, profundamente antropocéntrico y contaminador. Es más fácil culpar de la supuesta reacción "del planeta" a la gente que al capital. Ese hilo narrativo ha continuado en buena parte de lo que se trasmite hoy como las causas del estado de sitio global que se ha impuesto.

Comienzan a circular fotografías y supuestos estudios (sin especificar fuentes) que señalan que en una sola semana de cuarentena global ha disminuido enormemente la contaminación en el planeta. No dudo del impacto multisectorial del actual encierro en casa, pero esta narrativa tiene como lugar de enunciación culpabilizar a la gente del cambio climático y señalarles que el camino está en bajar el consumo asociado a la sociabilidad.

En un segundo momento, la pandemia del Coronavirus puso en evidencia la precariedad de los sistemas de salud, la seguridad social y los modelos preventivos. Lejos de generarse una crítica radical al sistema capitalista centrado en las ganancias y que descuida la salud de los trabajadores del mundo, las informaciones que se desplegaban en los medios televisivos y prensa del Complejo Industrial cultural comenzaron a culpar a la gente, fundamentalmente a los y las infectadas(os) quienes no cumplían con los protocolos de auto aislamiento, como si muchos de los infectados vivieran en el palacio de Buckingham y no fueran trabajadores o trabajadores informales quienes todos los días deben salir a ganarse el pan y no cuentan con las reservas de fondos o las previsiones alimentarias de la Reina Isabel. En ese contexto se reforzó el discurso de la bonanza que traía al clima quedarse en casa, es decir, se reitera la matriz informativa que los ciudadanos son los culpables del cambio climático, no el sistema.

En la tercera etapa de cerco epidemiológico para disminuir el impacto del Coronavirus, del estado de sitio planetario para evitar la revuelta de la gente contra el sistema que queda al desnudo ante el mundo como ineficiente, nuevamente se refuerza la idea que estar en casa es la solución y que ello además contribuye a mejorar positivamente los indicadores del cambio climático.

La pandemia del Coronavirus ha comenzado a construir hegemonía respecto a que trabajar, estudiar y consumir desde casa es la solución ideal para resolver el problema del cambio climático, que por cierto ha entrado en su fase de alerta roja. La reingeniería social que demanda la cuarta revolución industrial puede servir como una solución momentánea para el cambio climático, cuando en realidad su causa es un problema estructural del sistema capitalista.

  1. El neofascismo tecnológico del siglo XXI

La aceleración de la innovación científico tecnológica, propia de la tercera revolución industrial, especialmente en sus variantes digitales e informáticas, le posibilitó al sistema capitalista el desarrollo de propuestas e iniciativas de control social inéditas, que solo décadas atrás entrarían en el rango de violaciones del derecho humano, especialmente a la privacidad uno de los valores del liberalismo radical. La idea del hermano mayor adquirió características de posibilidad universal.

Las redes sociales, la big data, el procesamiento de meta datos, la inteligencia artificial, la conexión 5G, el GPS digital, el celular como computadora portátil, la cámara digital, las consolas de video juegos y los equipos con reconocimiento biométrico facial, convirtieron a la sociedad de la vigilancia no solo en una realidad, sino en un hecho aceptado por las mayorías, lo cual ocurrió con escasas resistencias.

Esta dinámica está asociada a una relocalización de la sociabilidad en casa, a través de las redes sociales, la conectividad, las plataformas de juegos virtuales, los celulares y las computadoras; el internet de las cosas se abre paso. El problema es que muchos inmigrantes digitales y sobre todo los analfabetos digitales se negaban a incorporarse a estas dinámicas de resocialización en casa, considerándolas un tema de juventudes, nuevas generaciones, o de los muchachos. La expresión los niños nacen ahora con un "chip" tecnológico en el cerebro se convirtió en una justificación para no entender ni vivir las nuevas dinámicas de resocialización, mucho menos para pensar las resistencias en esos contextos. Para seguir evolucionando el sistema capitalista, esto debía cambiar rápida y radicalmente.

El Coronavirus surge como la pandemia contra el abrazo, que destruye la cultura de estrechar las manos, que niega el beso, que hace del contacto humano un delito contra los otros. La casa surge como "el refugio" donde millones de seres humanos están siendo reeducados durante semanas sobre las nuevas formas de sociabilidad.

Esto empalma con nuevas dinámicas de acción política virtual y de participación ciudadana. El neofascismo del siglo XXI tiene un gran componente tecnológico para el control humano. Esta crisis contribuye a construir las condiciones de posibilidad para su irrupción a escala global. La gente temerosa y con cierto "complejo de culpa colectivo" comienza a dudar del encuentro humano y a valorar el aislamiento en casa. El aislamiento es una forma de asumir la "culpa preventiva". A esto se le suma toda la publicidad sobre la reducción de los factores del cambio climático como beneficio colateral del enclaustramiento social planetario, del estado de sitio global. El capitalismo continúa colocando en la gente la responsabilidad de la crisis ambiental.

El nuevo sistema político que comienza a perfilarse, de neofascismo tecnológico convierte a la casa en el clúster, en la celda digital primaria del modo de gobernabilidad, de control. Intenta construir un nuevo modelo de apartheid suavizado con el entretenimiento tipo Netflix y con la vorágine digital en casa que posibilita comprar, estudiar, comunicarse, mantener relaciones sentimentales y hasta participar políticamente en esa celda digital primaria. El neofascismo tecnológico está dando un salto en la construcción de hegemonía. Solo develando esta situación y una vez superada la pandemia, trabajando rápidamente la resocialización del encuentro humano, del abrazo, de la caricia, del aula, del restaurant, del mercado en familia, desde la conciencia crítica, podremos contrarrestar la jugada maestra del capital en los albores de la cuarta revolución industrial. Terminada la pandemia volveremos a la calle, pero ya no seremos los mismos, la izquierda está obligada a entender esto y trabajarlo rápidamente.

El sistema político de la cuarta revolución industrial no es otro que el fascismo tecnológico aderezado con la democracia digital y el adormecimiento del entretenimiento. Uno de los problemas de la izquierda es que hace análisis político estáticos, no dinámicos, desvalorando la aceleración de la innovación científico tecnológica y su impacto en el modo de producción, en la organización social y en el propio mundo de lo político. El fascismo tecnológico que está emergiendo construye su lógica de dominación sobre la culpabilización de la sociabilidad y en los individuos.

  1. Notas finales

Cuando se devela esta situación surge un problema político para enfrentarlo. La epistemología, paradigma y praxis de buena parte de la izquierda radical en el mundo es de la primera y segunda revolución industrial. Muchos compañeros y compañeras apenas si usan en un 5% el potencial del celular que cargan encima, tiene limitaciones para uso del mundo digital. Este hecho concreto les hace desestimar lo que está ocurriendo como si fuera un tema de entretenimiento y accesorios superfluos y no como un cambio que afecta al propio mundo del trabajo y las resistencias.

Al viejo estilo de las escuelas de cuadros, las escuelas de formación, se requiere una rápida actualización de los cuadros políticos, pero no solo como acceso a información, sino como reordenamiento de la praxis política, de la cotidianidad de las resistencias. El discurso de "construyo un mundo aparte", sin tecnología, es funcional al sistema de dominación y exclusión que está colocando en marcha el capitalismo en los albores de la cuarta revolución industrial.

Hoy como en ningún otro momento histórico, el socialismo es la única solución a la actual crisis generada por el capitalismo. Pero debe ser un socialismo radicalmente democrático, que no eternice los liderazgos, que cumpla con los principios de la comuna de Paris de rotación de cargos. Tiene que ser un socialismo alegre, festivo, afectuoso, amoroso. Un socialismo que rompa con la matriz teológica, creacionista que considera al hombre como el centro del universo, que sea realmente integrador con todas las formas de vida. Un socialismo que use la aceleración de la innovación para derrotar la visión de precariedad y escasez del socialismo del siglo XX.



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Luis Bonilla Molina

Docente- Investigador miembro del PEII Venezuela. Presidente de la Sociedad Venezolana de Educación Comparada (SVEC). Directivo de la Sociedad Iberoamericana de Educación Comparada (SIBEC). Miembro del Consejo Mundial de Sociedades de Educación Comparada, instancia consultiva de la UNESCO. Coordinador Internacional de la Red Global/Glocal por la calidad educativa. Autor de artículos en una veintena de páginas web a nivel internacional.

 luisbo@gmail.com      @Luis_Bonilla_M

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